domingo, 22 de febrero de 2009

Sobre anarquía

No sé si lo que a continuación expongo es una mera trascripción de los sentimientos de una adolescente indignada por el valor que se le ha dado en la historia a la palabra anarquía, y de mi inclinación, casi sentimental, por el anarquismo.

Al referirnos a la anarquía, de forma coloquial, siempre se ha dado a entender por el caos, el desorden, la violencia y destrucción. Anarquía, etimológicamente significa no-estado o falta de estado; entonces, ¿cómo es posible una sociedad sin estado, sin leyes, sin autoridad? Nos da miedo. Una locura. La anarquía sólo es una locura, pero ésta, con unas pinceladas de racionalidad y de sentido común, se convierte en una idea lícita, práctica y tremendamente bella.
A mi entender, el principio de la anarquía es el valor del individuo, su libertad suprema y absoluta. Y es el individuo por encima de cualquier poder e institución, el ser humano como persona, el ser humano como igual a otro ser humano, reuniendo en la palabra persona todas las cualidades de éstos. Si algo hay que nos diferencia de los animales es la libertad, es el saberse uno mismo, el saber del otro, pero por encima de todo esto, está el amor, la facultad de amar a otro igual, la abnegación y hasta el altruismo.
Creo fundamental comprender, por difícil que parezca, que es ésta y no otra la cualidad que caracteriza a la persona, que va implícita en nuestra naturaleza humana, por encima de todo principio de poder y de placer o de ley del mas fuerte. Porque la creación de la moral, de la cultura, de lo que se dice antinatural, ha sido ensuciada por ser el reflejo de la sociedad capitalista actual. Que nuestro “feroz” animal sólo pretende el cuidado de sus crías, y sumándole la virtud del raciocinio y los sentimientos, podremos llegar a comprender una sociedad anárquica, de personas, con sus excesos y sus defectos, con sus errores, sus trastornos, su odio, pero totalmente libres.
Hemos creado la necesidad de la autoridad, del poder. Igual que el dinero y la propiedad crearon la desigualdad. Y esto se traduce en manipulación. Órdenes que provienen de la voluntad de unos pocos, el estado y las oligarquías, los que se guían por el instinto de poder, a cuál más poseer. Al contrario que las masas que, aunque ahora adormecidas por la demagogia y asentadas en un sistema de bienestar frívolo y materialista, han pretendido destruir una sociedad de valores corruptos, el invento de una autoridad opresora y ofensiva que defiende un poder imaginario, ese que nunca conduciría a la felicidad.
Esta es la razón de la revolución, la razón de la lucha por un mundo de humanos, en el que el único poder esté en el individuo y la cooperación de estos, un mundo imperfecto, como nosotros; pero libre. Porque la sociedad debe de ser el reflejo del ser humano como ser humano, de la persona como persona, de la mujer, del hombre, y para ellos debe ser, para nosotras.
El mundo cambia por enfrentamientos, cambia por diversidad de opiniones, esa diversidad que nos enriquece, que hace que el curso de la historia siga adelante. Pero siempre se han discriminado las diferencias, siempre se ha marginado lo extravagante, las nuevas ideas, como esta, la anarquía, enfundadas en falsas pretensiones por la sociedad, por el sistema. En una sociedad de iguales, de horizontales, que ningún poder sobresaliera, serían imposibles los conflictos, y sería posible la heterogeneidad del pensamiento sin llegar al enfrentamiento ya que, de por medio, no habría mero fin lucrativo. “No son personas, sino instituciones lo que hay que destruir”.
Una sociedad donde ni Dios, ni patria, ni ley, nos domestique. Una sociedad donde la identidad de uno mismo se valore por encima de cualquier creada entidad, de cualquier bien material. Donde el dueño del “yo” sea el “yo”. Porque la anarquía es responsabilidad, por la libertad.
Hay cantidad de tratados de cómo se organizaría la sociedad anarquista, la economía y el trabajo. Pero esto sólo es teoría, dejemos por una vez paso a la práctica. No la pongamos por utopía, que éstas son las realidades de mañana. Que nunca se dio, que por qué no.

Y concluyo:
aunque este siga siendo mi pobre mundo onírico.

miércoles, 11 de febrero de 2009



Necesidad de escribir quizás. Necesidad de un llanto íntimo y silencioso, de sacar uno a uno los pedazos, el cristal afilado de mis entrañas. Quizás también desprenderme de la pureza que queda en mis venas, y luego solo inyectar veneno, que se deslice por mi cuerpo, como serpientes tenebrosas, amenazando, traspasando lo inquebrantable, apuñalándome, letales.
Y conocer el dolor.
Llorar sucias lágrimas de ácido. Arden los ojos. Vagando desnuda y ciega sobre el asfalto, sobre charcos, bajo gotas de agua, que permeable mi piel, calme la agonía del sentir, del revivir.
Vestidos de dinamita

Me tengo que ir a comprar las pinturas con las que me disfrazo todos los días para que nadie adivine que tengo los ojos chiquitos (como de ratón o de elefante). Estoy yéndome desde hace una hora pero me retiene el calor de mi cuarto y la soledad que, por esta vez, me está gustando y los libros que tengo desparramados en mi cama como hombres con los que me voy acostando, en una orgía de piernas y de brazos que me levantan el desgano de vivir y me arañan los pezones, el sexo, y me llenan de un semen especial hecho de letras que me fecundan y no quiero salir a la calle con la cara seria cuando quisiera reír a carcajadas sin ningún motivo en especial más que este sentirme preñada de palabras, en lucha contra la sociedad de consumo que me llama con sus escaparates llenos de cosas inalcanzables y a las que rechazo con todas mis hormonas femeninas cuando recuerdo las caras gastadas y tristes de las gentes en mi pueblo que deben haber amanecido hoy como amanecen siempre y como seguirán amaneciendo hasta que no nos vistamos de dinamita y nos vayamos a invadir palacios de gobierno, ministerios, cuarteles... con un fosforito en la mano.

Gioconda Belli

domingo, 1 de febrero de 2009



Hoy me ha pasado,
me lleva pasando
que si te vas
me llevas contigo,
y ya no me queda nada
allí donde estoy,
donde me quedo.