lunes, 22 de marzo de 2010

"Nadie puede habitar mis parietales".
Será ésta la razón por la que escribo esta mañana. Tenemos la necesidad de abrir heridas y dejar cicatrices, en la piel, en el corazón y en la tierra. Provocar, sugerir, evocar, porque sólo combatimos contra el tiempo y el silencio, y hoy no quiero callarme. Yo ahora te escribo esto y leo en voz alta cómo tú me clavaste la espina, que aflora de nuevo el veneno de mi herida, que mi corazón tiene una fuga de sangre amarga y bombea y alcanza mi cuerpo entero de mujer. Se crispa mi voz de rabia y dolor agrio, y cuando mis oídos escuchan, tiemblo. Sólo relleno el silencio, actor y espectador, ambos soy, siempre en la contradicción, la cuerda tensa con sus extremos huyendo o corriendo para encontrarse, hacerse un nudo y no soltarse jamás. En este silencio mi voz suena sin eco, como acaricio el espacio vacío cuando bailo, moldeándolo entre mis dedos extendidos y escucho mis manos como susurros de aire.
Y siento paz ahora, amor, y respiro paz en este eterno instante. Por la ventana se ve el bostezo de los árboles, el escalofrío de las hojas a la luz de la primavera. Parece que brilla fuera y aquí se van aclarando mis paredes mientras termino de decirte: creo que buscaba en el sitio equivocado. Creo que está mucho más cerca.

Salgo a la calle. Con la mirada diferente.

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